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"Droga y arte no se dan la mano": Óscar Arcila

“Una mezcla de marihuana, anfetaminas, whisky y un dolex me hizo ver la muerte y arrullarme en sus brazos. Entré en coma por una sobredosis. Casi no salgo de esa”, comentó el artista plástico Óscar Arcila Ceballos, quien cuenta que en su juventud experimentó un fatal encuentro con la droga que por poco lo mata.

Esta es la historia de un hombre que, aferrado a la vida, decide ponerle fin a su anonimato para comenzar a tener un nombre dentro de la sociedad.

Por medio de su talento artístico y musical logró salir de aquella depresión. Su soledad todavía lo acompaña, ella es quien le inspira realizar sus obras de arte plasmando la fatalidad y la belleza de la existencia humana.

Se hace llamar “Ascor”, que es la inversión de las letras que conforman su nombre inicial “Óscar”. Este artista de tan sólo 27 años, está estudiando licenciatura en lengua castellana, su segunda carrera profesional, en la Universidad de Antioquia. Su tiempo lo dedica primeramente al estudio y al arte, luego a la lectura y a la fotografía. El resto del día, le colabora a su madre con las labores domésticas, entre ellas, sacar a pasear al perro y darle de comer.

Es un joven alto, de constitución delgada, tiene los ojos un poco hundidos, pero expresivos en su término; sus manos blancas reflejan la delicadeza de un músico y el ingenio de un pintor. Su voz, moderadamente grave, muy sonora y densa, juega bien con la palidez de su aspecto.

Su vestimenta es algo convencional: jean oscuro, camiseta con estampados de su propio diseño y fabricación y zapatos deportivos. Un detalle que realza la introversión de su personalidad es ese gorro oscuro de crochet que usa diariamente.

Todas las facciones de su rostro manifiestan profunda tristeza, tal como si la soledad le mantuviera preso en un laberinto o como si aguardara algún infortunio. Es de sonrisa leve y mirada seductora. Demuestra elocuencia, divaga en sus respuestas, da la sensación de credibilidad en lo que dice.

Su habitación es algo intimidante: cuadros por todos lados, pinturas escalofriantes, esculturas, vaciados, lápices de colores, libros, muchos libros, muñecos infantiles, cuerpos de Barbie sin cabeza, productos de aseo personal y una pequeña cama con un tendido verde oscuro. El orden estaba ausente, mas la armonía del cuarto relucía. Todo encajaba perfectamente. Estar allí era como estar dentro de su propia mente, donde las más conmovedoras ideas artísticas surgían.

Sobre una mesa que dejaba ver sus patas blancas había una grabadora encendida en los 95.5: Cámara FM. “El Jazz clásico guarda bastante relación con mi estilo artístico. Desde que era chico me gusta este tipo de música, junto con el rock y la electrónica industrial. Algunas canciones me incitan a pensar en mi niñez, otras en cambio me trasladan al infeliz mundo del colegio y al abandono de mi padre”, dijo en un tono pesaroso.

Sus gestos parecían filosofar de la vida. En cuanto comenzó a hablar, muchos recuerdos vinieron a su memoria. No paraba. Aun sin saber cuál era la siguiente pregunta, deducía la respuesta. “Sí, ya sé que me vas a preguntar cómo fue el abandono de mi padre. Pues, en realidad, fue un golpe durísimo para mí, porque yo apenas era un niño de 5 años. No podría decirte que él fue el causante de toda esta depresión que siento a diario, pero sí te puedo decir que, si tal vez él me hubiera acompañado, todo sería muy diferente ahora. A lo mejor no tendría tantos vacíos como los que tengo. Él se fue, desapareció de mi vida. Recuerdo que durante muchas noches yo lo esperaba en una sillita de esas mecedoras. En una ocasión le pregunté a mi mamá cuándo iba a venir mi papá y ella me dijo que él ya no iba volver. Instantáneamente me desenvolví en llanto y me fui para mi cuarto”, Añadió.

Según dice este artista, desde ese momento su vida continuó amarga y triste. Cuenta que aquel suceso de su infancia le dejó una de las secuelas más grandes. Por eso, dice él, que de niño fue tan introvertido y alejado de la gente. Se escondía debajo de la cama, lloraba constantemente, tenía y aún tiene muchos temores que no puede comprender.

Señala que no tuvo goce alguno en su niñez, lo único que le satisfacía era ir a la finca de sus abuelos en el municipio de Sonsón, Antioquia. Para Óscar, era un hermoso lugar en donde podía correr, sentirse libre, interactuar con los animales y comer muchas frutas.

El colegio fue un mundo desdichado para este artista, porque dice no haber logrado adecuarse en un lugar donde hubiera tantos niños diferentes a él. Por tal motivo les huía, y no solamente a ellos, sino también a los mayores. En cambio, frecuentaba sitios ermitaños a fin de no ser visto ni sospechado; fue esa soledad la que le indujo a insertarse en el mundo de la droga.

“Cuando yo tenía 15 años, mi mamá estaba en Estados Unidos. Desde allá me mandaba lo mejor a mi hermano y a mí. En ese tiempo yo vivía con mi hermano y con mi abuela. Teníamos una buena solvencia económica, pero una vida muy descarriada, debido a la falta de un padre y a la ausencia de una madre. Tenía un círculo de amigos que le halaban al traguito y a algunas drogas.

Ahí fue cuando empecé a probarlas en un intento por escapar de todo, del colegio, de mi angustia, de lo mal que me iba académicamente.

Como no me tenía que preocupar por plata, era mucho el derroche. Así me fui hundiendo en el mundo de los falsos “viajes”. Lo único que me mantenía con vida era mi pasión por el arte y la música”, refirió el artista.

Cuando estás embaucado en el vicio, explica Óscar Arcila, piensas que nada se te saldrá de las manos. Lo que no sabes, aclara, es que cada vez te alejas más de la puerta de salida. “Ahora veo que mi vida vale más que los placeres que brindan los bajos mundos” manifestó.

La decisión de dejar de consumir la tomó cuando se vio rodeado de miseria y desesperación. Fue una noche en la que estaba muy depresivo por problemas que nunca faltan. Había fumado mucha marihuana ese día. Cuando llegó a casa se tomó un par de anfetaminas, al rato se tomó otras dos y más tarde un dolex; todo eso lo pasó con un trago de whisky. Minutos después estaba tendido en el suelo. Su hermano lo llevó prácticamente cargado hasta la puerta de la casa, cogió un taxi y se dirigió con él al hospital. Entró en coma por una sobredosis y pasó un largo tiempo antes de que pudiera recuperarse.

Según su relato, desde aquel incidente jamás volvió a consumir debido al temor que le tiene a la muerte; además, indica que para él la droga y el arte no son caminos afines, no se “dan la mano”.

A los 17 años, su madre, quien acababa de regresar del exterior, y su profesora de artes del colegio contribuyeron en gran manera con su rehabilitación.

Luego de esto, inició sus estudios superiores en la Institución Tecnológica de Arte Débora Arango, de allí se graduó como artista plástico, oficio que, a parte de ser su vocación, es el medio por el cual se desahoga sin necesidad de llegar al vicio o a la violencia. No obstante, tiene otros medios para poder manifestar su personalidad y gustos, como la fotografía, la escritura, la música, la lectura y la vida afectiva.

Por último, añade: “con mi trabajo artístico pretendo conocerme, cuestionarme, expresar el mundo que veo. No pienso en el dinero que esto pueda o no traerme, pienso que mi arte puede hacerse efectivo en la medida en que la gente se sienta identificada con él y pueda también reflexionar al respecto. Con todo, a muchos les molesta la manera tan cruda como muestro la temática social a través de mis cuadros. A cualquiera que me pregunta por qué lo hago, le respondo simplemente que la vida no es color de rosa, antes bien, es oscura, bastante gris, peor que como la plasmo.”

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